El perfil del acosador o agresor lo describe Piñuel (2002) del siguiente modo:
Capacidad de simulación, distorsión y manipulación, envidias y celos profesionales y personales, la ausencia de sentido de culpa, el autoritarismo, la mediocridad personal y el egoísmo, rasgos ellos que se identifican con el camaleonismo y las conductas hostiles rayanas a la psicopatía (aunque no necesariamente la psicopatía) que se descubren en algunas personas aparentemente con buena adaptación social (Garrido, 2000; Garrido, Stangeland y Redondo, 2001). Asimismo, estaríamos, para algunos autores, ante el denominado psicópata organizacional, legalmente no delincuentes, pero que encuentran en ciertos contextos sociales el lugar desde el cual ejercer el hostigamiento (v., Piñuel , 2002).
En el proceso de hostigamiento suele aparecer la figura del acosador principal, habitualmente un ser perverso, narcisista y paranoide, que es secundado por otros frente a los cuales tiene la suficiente autoridad o carisma para inducirles a las dinámicas grupales del acoso (González de Rivera, 2000). Tales rasgos personales le llevan a la autojustificación de sus actos torcidos como algo razonable e incluso justo. En torno a este proceso de acoso también suelen existir ciertas personas, grupo más o menos vasto, que se inhiben, que mantienen la agresión envuelta en el silencio y que se no intervienen por miedo o bien para aprovechar la situación (una mejora laboral, por ejemplo) cuando la víctima, normalmente más capacitada y honesta, sea apartada del camino. Además, se ha postulado que los acosadores responderían al perfil de la impostura y de la envidia, de “la mediocridad inoperante activa”, sustanciado en individuos sin creatividad, imitadores, de párvulo mérito, con ansias de notoriedad, mendaces, envidiosos de la excelencia ajena, que intentan destruir por todos los medios a su alcance (Irigoyen, 2002).
Capacidad de simulación, distorsión y manipulación, envidias y celos profesionales y personales, la ausencia de sentido de culpa, el autoritarismo, la mediocridad personal y el egoísmo, rasgos ellos que se identifican con el camaleonismo y las conductas hostiles rayanas a la psicopatía (aunque no necesariamente la psicopatía) que se descubren en algunas personas aparentemente con buena adaptación social (Garrido, 2000; Garrido, Stangeland y Redondo, 2001). Asimismo, estaríamos, para algunos autores, ante el denominado psicópata organizacional, legalmente no delincuentes, pero que encuentran en ciertos contextos sociales el lugar desde el cual ejercer el hostigamiento (v., Piñuel , 2002).
En el proceso de hostigamiento suele aparecer la figura del acosador principal, habitualmente un ser perverso, narcisista y paranoide, que es secundado por otros frente a los cuales tiene la suficiente autoridad o carisma para inducirles a las dinámicas grupales del acoso (González de Rivera, 2000). Tales rasgos personales le llevan a la autojustificación de sus actos torcidos como algo razonable e incluso justo. En torno a este proceso de acoso también suelen existir ciertas personas, grupo más o menos vasto, que se inhiben, que mantienen la agresión envuelta en el silencio y que se no intervienen por miedo o bien para aprovechar la situación (una mejora laboral, por ejemplo) cuando la víctima, normalmente más capacitada y honesta, sea apartada del camino. Además, se ha postulado que los acosadores responderían al perfil de la impostura y de la envidia, de “la mediocridad inoperante activa”, sustanciado en individuos sin creatividad, imitadores, de párvulo mérito, con ansias de notoriedad, mendaces, envidiosos de la excelencia ajena, que intentan destruir por todos los medios a su alcance (Irigoyen, 2002).
OPINIÓN DE PIÑUEL (PARA ESCUCHAR):
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